Elefantes blancos agonizan sobre el territorio ecuatoriano
Hanno. Fresco de Rafael, 1514
Por Betty Aguirre-Segura
En 1514, Giovanni de ‘Medici, el Papa Leoncio X,
recibió un regalo del rey Manuel de Portugal: un elefante blanco traído desde la
India. Con este obsequio el rey quiso agradar y ganarse la voluntad de Papa,
quien por su linaje y fortuna lo había tenido todo, menos un elefante blanco. Leoncio X,
la personificación misma del Renacimiento, hizo de Roma el centro del poder
cultural y político, aunque con un altísimo costo económico, dejando vacías las
arcas del tesoro papal. El costo también sería político, pues no pudo detener
los avances de la Reforma, aunque logró excomulgar a Martin Luther en 1521.
Hanno, así llamado en honor a Aníbal (Hannibal)
quien cruzó lo Alpes en elefantes de guerra, murió a los dos años de haber
llegado a Roma. Leoncio X ordenó a los médicos hacer todo para salvarlo y estos
decidieron practicarle unas purgas utilizando supositorios con una alta dosis de
oro. No obstante, y para la tristeza del Papa y del pueblo romano, Hanno murió
en 1516 y fue enterrado bajo el suelo del Belvedere Courtyard, en pleno centro del Vaticano. Sus
huesos fueron encontrados siglos después, en 1962, más no sus colmillos
Hanno, el elefante blanco, fue un obsequio
costoso, frágil y solitario, una metáfora que hoy en día usamos para hablar de estructuras enormes, costosas e inservibles, ya que por lo
general quedan abandonadas sin ningún uso, como bien lo define el diccionario Oxford en inglés: una posesión que es
inútil o molesta, especialmente una que es cara de mantener o difícil de
eliminar. Pero, por qué obsequiar un elefante blanco, de dónde viene esta idea? Tradicionalmente, en la
India, los elefantes blancos o albinos eran un símbolo del poder real, y prestigio,
pero en otros lugares como Siam, hoy Tailandia, los reyes solían regalar un
elefante blanco a los cortesanos que no eran de su agrado, con la finalidad de
arruinarlos debido a alto mantenimientos, gran tamaño y altos costos.
Latinoamérica está repleta de elefantes blancos, gigantes
inservibles y costos, levantados, sobre todo, durante la última década por líderes que veían en ellos la magnificencia y la permanencia de su propio ego. Entre ellos, el ex-presidente Rafael
Correa, quien diseminó por todo el territorio ecuatoriano a estas enormes,
inútiles y tristes estructuras: Unasur, Yachay, IKIAM, Refinería del Pacifico,
Manduriacu, Aeropuerto Tena, escuelas del Milenio, Centros de Salud, etc. El
costo de estos gigantes fue y sigue siendo altísimo, y no fueron precisamente pagados por
el líder sino por la gente. Los elefantes de Correa vivieron la algarabía y la ovación
de muchos y el rechazo de otros, pero por muy poco tiempo como lo fue la existencia de Hanno; y como el Papa hizo con él, a los elefantes de Correa también se ha tratado de salvarlos con purgas de alto costo pero sin éxito. Si no
han muerto aún, están muriendo lentamente. En unas décadas o medio siglo, no
serán más que ruinas o estarán bajo tierra, y serán recordados con mucha indignación y decepción.
A los elefantes blancos hay que dejarlos en su hábitat, o simplemente soñarlos.
A los elefantes blancos hay que dejarlos en su hábitat, o simplemente soñarlos.
Comentarios
Publicar un comentario