‘La zona de interés’: la porosa normalidad del mal.
La película del director Jonathan Glazer está basada en la novela del británico Martin Amis, quien en un pasaje recoge la voz interior de Rudolf Hoss, comandante del campo de concentración de Auschwitz: “Porque soy un hombre normal con necesidades normales. Soy completamente normal.”. Esta es la misma siniestra noción de normalidad que lo lleva a decir, en una escena mientras habla por teléfono con su esposa, que los techos de las cámaras son muy altos y no puede gasearlos a todos. En 'La zona de interés', lo que Glazer nos muestra de manera magistral es que, la normalidad es una fina y porosa cortina que se abre y se cierra para mostrarnos lo que se desea ocultar.
Los muros que separan la idílica casa del comandante y su rubia esposa del campo de concentración, no impiden escuchar los gritos de dolor ni los disparos que silencian esas mismas voces. Ruidos que atraviesan el aire, pedazos de cuerpos que llegan al rio en donde Hoss pesca y sus hijos se bañan. Cielos que en la noche se pintan de rojo por las llamas de los hornos que calcinan los cuerpos judíos y que despiertan a los habitantes del hogar nazi. Objetos y piezas de ropa que llegan para habitar sus cuerpos después de desnudar otros. Dientes que se deslizan entre los dedos del niño rubio que los mira con asombro.
La pérdida del paraíso angustia a la esposa de Hoss quien se entera de que va a ser transferido. Le ruega que se vaya él y la deje ahí con los hijos. No está dispuesta a perder lo que ha construido por manos judías esclavas y guiada por los discursos de Hitler. Pero su madre, quien ha venido a visitarla y se asombra de la belleza y armonía del lugar iluminado por la luz perfecta del día, mira con horror los cielos rojos de la noche y huye. Son enormes lenguas infernales que algún día cruzaran el muro y los cielos para borrar de un solo golpe aquel nirvana.
Glazer no deja lugar para la esperanza, porque aún las imágenes de la jovencita que en la noche sortea la vigilancia nazi y deja manzanas en los campos donde trabajan los judíos se contrapone al fusilamiento de dos de ellos que se disputan una de esas manzanas.
Lo que nos entrega Glazer, como lo hace Amis, es la memoria inscrita en las ruinas del genocidio, cámaras vacías cuidadas por mujeres que las limpian para que hoy sigan contando una historia anormal, como la que hoy se repite en Palestina. Muros que separan el horror, el hambre y la masacre de miles de palestinos, mientras al otro lado de ese muro, Israel pretende ser una sociedad normal, perfecta y avanzada. Pero la cortina de la normalidad se desliza una y otra vez para mostrarnos la porosidad de “la banalidad del mal”.
Betty Aguirre-Maier
2/2024
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