“La Tierra no espera que la salven, espera que la respeten. Y nosotros, como pueblos indígenas, esperamos lo mismo”.
A los señores presidentes de los nueve países de la Amazonía y a todos los líderes mundiales que comparten la responsabilidad del saqueo de nuestra selva:Me llamo Nemonte Nenquimo. Soy una mujer waorani, una madre y una líder de mi pueblo y la Amazonía es mi casa. Les escribo esta carta porque los incendios siguen quemando nuestra selva. Porque las compañías están derramando petróleo en nuestros ríos. Porque los mineros están robando oro (como lo han estado haciendo durante los últimos 500 años) dejando atrás piscinas abiertas y toxinas. Porque los invasores y extractivistas de tierras están talando los bosques vírgenes para que su ganado pueda pastar, sus plantaciones puedan crecer y el hombre blanco pueda comer. Porque nuestros ancianos están muriendo de coronavirus y, mientras, ustedes planean sus próximos movimientos para explotar nuestras tierras y estimular una economía que nunca nos ha beneficiado. Porque, como pueblos indígenas, estamos luchando por proteger lo que amamos: nuestra forma de vida, nuestros ríos, los animales, nuestros bosques, la vida en la Tierra. Y es hora que nos escuchen.
En cada uno de los cientos de idiomas diferentes de la Amazonía, tenemos una palabra para ustedes, los extraños. En mi idioma, el WaoTededo, esa palabra es “cowori”. Y no tiene por qué ser un insulto pero ustedes la han convertido en eso. Para nosotros esa palabra (y, de una manera terrible, su sociedad), significa: El hombre blanco que sabe muy poco para el poder que ejerce y el daño que causa.
Probablemente no estén acostumbrados a que una mujer indígena les llame ignorantes y, menos aún, en un escenario como este. Pero los pueblos indígenas tenemos algo claro: cuanto menos sepas sobre algo, menos valor tiene para ti y es, por lo tanto, más fácil de destruir. Y por fácil, quiero decir: sin culpabilidad, sin remordimientos, sin sentirse estúpidos e, incluso, con todo derecho. Y esto es exactamente lo que nos están haciendo a nosotros como pueblos indígenas, a nuestros territorios de selva tropical, y también al clima de nuestro planeta.
Nos llevó miles de años conocer el bosque de la Amazonía. Entender sus formas, sus secretos, aprender a sobrevivir y prosperar con ella. Pero mi pueblo, el waorani, solo les conoce a ustedes desde hace 70 años (fuimos “contactados” en los años 50 por los misioneros evangélicos americanos), pero aprendemos rápido y ustedes no son tan complejos como lo es la selva.
Cuando ustedes dicen que las compañías petroleras tienen maravillosas y nuevas tecnologías que pueden extraer el petróleo de debajo de nuestras tierras como los colibríes chupan el néctar de una flor, sabemos que están mintiendo porque vivimos río abajo de los derrames. Cuando dicen que la Amazonía no se está quemando, no necesitamos de imágenes de satélites para probar que están equivocados: nos ahogamos con el humo de los frutales que nuestros antepasados sembraron hace siglos. Cuando ustedes dicen que están buscando urgentemente soluciones climáticas y sin embargo continúan construyendo una economía mundial basada en la extracción y la contaminación, sabemos que están mintiendo porque somos los más cercanos a la tierra, y los primeros en escuchar sus llantos.
Nunca tuve la oportunidad de ir a la universidad y convertirme en médica, o abogada, política o científica. Mis “pikenani” (autoridades tradicionales, ancianos sabios) son mis maestros. El bosque es mi maestro. Y he aprendido lo suficiente (y hablo mano a mano con mis hermanos y hermanas indígenas de todo el mundo) como para saber que han perdido el rumbo, que tienen un problema (aunque todavía no lo entiendan del todo) y que su problema es una amenaza para toda forma de vida en la tierra.
Forzaron su civilización sobre la nuestra y miren ahora donde estamos: pandemia global, crisis climática, extinción de especies, y, guiándolo todo, una pobreza espiritual generalizada. En todos estos años han estado sacando, sacando, y sacando de nuestras tierras y no han tenido el coraje, o la curiosidad, o el respeto suficiente para conocernos. Para entender cómo vemos, y pensamos, y sentimos, y lo que sabemos sobre la vida en esta tierra. Tampoco puedo enseñárselo ahora con esta carta. Pero lo que sí puedo contarles tiene que ver con miles y miles de años de amor por este bosque, por este lugar. Amor en el sentido más profundo de la palabra: respeto. Este bosque nos ha enseñado a caminar ligeramente, y porque le hemos escuchado, porque hemos aprendido de él y le hemos defendido, nos lo ha dado todo: agua, aire limpio, alimento, medicinas, felicidad, espiritualidad. Y ustedes están quitándonos todo esto, pero no sólo a nosotros, sino a todas las gentes del planeta y a las generaciones futuras.
Es de madrugada en la Amazonía, justo antes del amanecer: un momento que, para nosotros, está destinado a compartir nuestros sueños y nuestros pensamientos más profundos. Así que aprovecho para decirles a todos ustedes: “La Tierra no espera que la salven, espera que la respeten. Y nosotros, como pueblos indígenas, esperamos lo mismo”.
En cada uno de los cientos de idiomas diferentes de la Amazonía, tenemos una palabra para ustedes, los extraños. En mi idioma, el WaoTededo, esa palabra es “cowori”. Y no tiene por qué ser un insulto pero ustedes la han convertido en eso. Para nosotros esa palabra (y, de una manera terrible, su sociedad), significa: El hombre blanco que sabe muy poco para el poder que ejerce y el daño que causa.
Probablemente no estén acostumbrados a que una mujer indígena les llame ignorantes y, menos aún, en un escenario como este. Pero los pueblos indígenas tenemos algo claro: cuanto menos sepas sobre algo, menos valor tiene para ti y es, por lo tanto, más fácil de destruir. Y por fácil, quiero decir: sin culpabilidad, sin remordimientos, sin sentirse estúpidos e, incluso, con todo derecho. Y esto es exactamente lo que nos están haciendo a nosotros como pueblos indígenas, a nuestros territorios de selva tropical, y también al clima de nuestro planeta.
Nos llevó miles de años conocer el bosque de la Amazonía. Entender sus formas, sus secretos, aprender a sobrevivir y prosperar con ella. Pero mi pueblo, el waorani, solo les conoce a ustedes desde hace 70 años (fuimos “contactados” en los años 50 por los misioneros evangélicos americanos), pero aprendemos rápido y ustedes no son tan complejos como lo es la selva.
Cuando ustedes dicen que las compañías petroleras tienen maravillosas y nuevas tecnologías que pueden extraer el petróleo de debajo de nuestras tierras como los colibríes chupan el néctar de una flor, sabemos que están mintiendo porque vivimos río abajo de los derrames. Cuando dicen que la Amazonía no se está quemando, no necesitamos de imágenes de satélites para probar que están equivocados: nos ahogamos con el humo de los frutales que nuestros antepasados sembraron hace siglos. Cuando ustedes dicen que están buscando urgentemente soluciones climáticas y sin embargo continúan construyendo una economía mundial basada en la extracción y la contaminación, sabemos que están mintiendo porque somos los más cercanos a la tierra, y los primeros en escuchar sus llantos.
Nunca tuve la oportunidad de ir a la universidad y convertirme en médica, o abogada, política o científica. Mis “pikenani” (autoridades tradicionales, ancianos sabios) son mis maestros. El bosque es mi maestro. Y he aprendido lo suficiente (y hablo mano a mano con mis hermanos y hermanas indígenas de todo el mundo) como para saber que han perdido el rumbo, que tienen un problema (aunque todavía no lo entiendan del todo) y que su problema es una amenaza para toda forma de vida en la tierra.
Forzaron su civilización sobre la nuestra y miren ahora donde estamos: pandemia global, crisis climática, extinción de especies, y, guiándolo todo, una pobreza espiritual generalizada. En todos estos años han estado sacando, sacando, y sacando de nuestras tierras y no han tenido el coraje, o la curiosidad, o el respeto suficiente para conocernos. Para entender cómo vemos, y pensamos, y sentimos, y lo que sabemos sobre la vida en esta tierra. Tampoco puedo enseñárselo ahora con esta carta. Pero lo que sí puedo contarles tiene que ver con miles y miles de años de amor por este bosque, por este lugar. Amor en el sentido más profundo de la palabra: respeto. Este bosque nos ha enseñado a caminar ligeramente, y porque le hemos escuchado, porque hemos aprendido de él y le hemos defendido, nos lo ha dado todo: agua, aire limpio, alimento, medicinas, felicidad, espiritualidad. Y ustedes están quitándonos todo esto, pero no sólo a nosotros, sino a todas las gentes del planeta y a las generaciones futuras.
Es de madrugada en la Amazonía, justo antes del amanecer: un momento que, para nosotros, está destinado a compartir nuestros sueños y nuestros pensamientos más profundos. Así que aprovecho para decirles a todos ustedes: “La Tierra no espera que la salven, espera que la respeten. Y nosotros, como pueblos indígenas, esperamos lo mismo”.
Carta publicada en El Pais y The Guardian.
Nemonte Nenquimo es cofundadora de la organización sin fines de lucro dirigida por los indígenas Ceibo Alliance, la primera presidenta de la organización waorani de la provincia de Pastaza (Ecuador). La revista Time la eligió como una de las 100 personas más influyentes de 2020.
Nemonte Nenquimo es cofundadora de la organización sin fines de lucro dirigida por los indígenas Ceibo Alliance, la primera presidenta de la organización waorani de la provincia de Pastaza (Ecuador). La revista Time la eligió como una de las 100 personas más influyentes de 2020.
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