Carta de Sigmund Freud a su hija Mathilde sobre el amor y el matrimonio.
Mi querida Matilde:
Lo que me escribes no me ha tomado del
todo desprevenido. Aguardaba desde luego que tú misma tomaras la palabra, pues
tenía confianza en ti, y creo que no la has defraudado. Si tú estás contenta
contigo, yo también puedo estarlo.
Sólo puedo darte algunos consejos y
llamarte la atención sobre ciertos recaudos. Quizá sepas que, como todo lo
demás, a amar también se aprende; con lo cual es difícil evitar que surjan
confusiones. El primer amor no tiene por qué ser el que perdure. Seguramente tu
intención de mantener un vínculo de amistad con Robert Hollitscher hasta
que se hayan conocido es la única posibilidad sensata. Pero tú también sabes
cuáles son los peligros que encierra ese camino, el acotado margen de libertad
que le deja a una joven la sociedad y lo infructuoso que resulta para el
individuo oponerse a lo social. Quizás el mayor peligro sea "caer" en
el asunto más rápida y profundamente de lo que uno hubiese querido en un
principio; insistir es, ya de por sí, parte de la naturaleza del hombre. Si aún
puedes mantener la relación un buen tiempo al nivel de una amistad sobre un trasfondo
de calidez, no desperdicies la oportunidad.
A través de las primeras noticias que me
han llegado sobre él, tengo la vaga impresión de que su madre tiene una
enfermedad mental incurable y de que él tampoco pareciera tener fama de sano.
En tu esposo deberías hallar sin embargo salud y fortaleza; lamentablemente los
distinguidos y decorosos no siempre son los más firmes. Sí, no tengo ninguna
información certera. A partir de ahora desde luego mostraré interés y le pediré
a la tía que les tire de la lengua a los Dub acerca del entorno de R. H. De
seguro no considerarás indigno dar lugar, a la par de los sentimientos, a este
tipo de secas consideraciones.
En estas circunstancias, que no estés
aquí me resulta particularmente cómodo; espero que la conmoción no vuelva a
llevarse lo que el sol y el aire han hecho por tu bienestar. En líneas
generales, ya sabes que no tengo apuro en darte estado antes de los 24 y,
además, espero, también habrás de gustarles a otros. Sin embargo, de allí no
debes inferir que yo ya tenga algo en contra de R. H., fuera del más natural de
los prejuicios, se entiende. Siempre había esperado que algún afable discípulo
o alumno te llevara como recuerdo.
Ya ves, siempre estoy a tu disposición
para darte consejos, pero en realidad eres tú la que debe definir cómo quieres
que sea. No puedo escribirte nada sobre Salzburgo. El tiempo no alcanza, pero
volveré a responderte pronto. Sólo te comento que ya es seguro que se editará
un anuario.
Envíale muchos saludos a Raab y acepta
los mejores deseos de
Tu padre que te quiere con afecto
Sigmund Freud - 1908
La familia Freud, 1878.
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