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Mostrando entradas de 2015

Las Brujas y la Luna.

                                                                                                            Para Beatriz y Mishu. “Luna verde de Mario parada sobre los cerros;  una leve sandía, esa mítica fruta de donde salen las brujas.”  Marosa De Giorgio Soltarse la cabellera, beber vino, danzar descalzas, reír hasta las lagrimas, curar heridas, adoptar gatos, serpientes y lobeznos y tomar baños de Luna bajo la sombra de un amor. Ritos de supervivencia los llaman. En aquellos tiempos de quien ya nadie habla ni recuerda, un poder oscuro se apoderó del Mundo: entristeció a los hombres, silenció la risa de las mujeres y se les prohibió amar. Algunas no lo soportaron y huyeron a las colinas y los bosques, en donde hicieron un pacto con la Luna: ella las protegería de la furia de las sombras, limpiaría sus úteros, los ríos y el mar; y a cambio, ellas sacrificarían sus trenzas al terminar la pubertad y la alimentarían con la ultima  leche

Infancia junto al volcán.

Cotopaxi by Frederic Edwin Church, 1862. Así como la gente que crece junto al mar lleva consigo el sonido de las olas, el olor a sal en el aire, el abrigo de la arena tibia en la piel; quienes crecimos junto al volcán llevamos con nosotros el tremor de la tierra, el calor de la lava, y el helar de las mañanas, algo así como un amor sublime, inefable, por ese inmenso macizo de perfecto cono. Llevamos también y muy adentro, un terrible temor de fuego y de ceniza, y anhelamos con todo deseo y devoción que no despierte. Lo queremos quieto manso, hermoso. Sabemos que si despierta nos encontrará desnudos, vulnerables, y aterrados como niños que ven lanzarse sobre ellos al monstruo de sus pesadillas. Imponente imagen que la veía diariamente desde mi ventana, desde la terraza de la escuela o desde cualquier punto de la ciudad.  Su belleza  ya forma parte de mi paisaje interior.   Siempre imponente el guardián, el coloso, el Taita, el Cotopaxi, nuestro Cuello de Luna, solía ser impas

Cuesta abajo.

Cuesta abajo Lo poco que le quedaba de ilusión se esfumó en cuanto tuvo que sentarse en el sofá naranja cubierto de plástico. Un olor húmedo y rancio flotaba en el aire. Las paredes agrietadas de un blanco sucio dejaban ver el viejo cuerpo de la casa. Paredes de adobe y paja, cubiertas por un tejado arrugado y legañoso. El suelo que alguna vez fuera de tierra, ahora era de una madera lacada que había perdido su brillo mucho tiempo atrás. Vio colgada en el centro de la pared la fotografía de los abuelos pintada a mano sobre metal con colores opacados por el tiempo. Los rostros de la pareja le devolvieron a la realidad, se levantó y se miró en un espejo. Tenía los mismos rasgos que ellos, que todos los demás, ojos pequeños, pómulos salientes, nariz afilada y piel cobriza. Bajo la fotografía vio algo familiar, era una réplica del Empire State Building que él se los había enviado cuando apenas llegó a Nueva York. Estaba envuelto en plástico para protegerlo del polvo y el tiemp